María Ximildegi
Capítulo 3

1588
María Ximildegui nació en Zugarramurdi. Sus padres, originarios del País Vasco francés, habían cruzado la frontera buscando una vida más tranquila y oportunidades para su familia. Desde niña, mostró un carácter curioso y rebelde, que la llevaba a explorar más allá de lo que sus padres consideraban prudente.
Mientras las otras niñas ayudaban en casa o aprendían los oficios cotidianos, María prefería perderse entre los árboles, recoger flores, o escuchar el murmullo del río. Su familia, humilde y trabajadora, vivía del campo y trataba de inculcarle las labores del hogar, pero María soñaba con algo más grande. Observaba las montañas con la certeza de que el mundo no acababa allí, sino que lo que había más allá guardaba secretos y promesas que algún día descubriría.

1604
A los dieciséis años, María se marchó con su padre a Ziburu, en el País Vasco-Francés. Allí encontró trabajo como moza, atendiendo en una casa acomodada. Fue en ese lugar donde conoció a Catalina, otra joven con un espíritu tan indómito como el suyo. Catalina le habló de secretos antiguos, de rituales y poderes que podían cambiar el destino. Entre ambas nació una relación íntima y clandestina que las unió tanto en lo emocional como en lo espiritual.
Para participar en los akelarres, María tuvo que renegar de Dios y de la Virgen María, un acto que la dejó marcada y que, aunque en el momento lo sintió como libertad, más tarde le pesaría. Durante un año y medio, bajo la guía de Catalina, aprendió los caminos de la brujería: pócimas, invocaciones y la conexión con fuerzas que no comprendía del todo, pero que le parecían irresistibles.

En 1608, María regresó a Zugarramurdi, buscando reconectar con sus raíces. Allí, empezó a relacionarse con las mujeres que practicaban brujería en el pueblo, uniéndose a sus círculos secretos. Las brujas de la zona la aceptaron, pues reconocieron en ella a una mujer con conocimiento y ambición.


María comenzó a participar con nosotras en los akelarres que se celebraban en las cuevas navarras. Allí, entre bailes y cantos bajo la luz de la luna, se untaba pócimas y sustancias psicotrópicas que le daban visiones y sensaciones que, según decían, la conectaban con otros mundos. Era un ritual de éxtasis que le hacía olvidar los límites de su antigua vida.
Sin embargo, poco a poco, empezó a sentir el peso de sus actos. Las visiones se volvieron inquietantes, y la emoción del principio dio paso al miedo. Las palabras de su infancia sobre el pecado y la condenación volvieron a su mente. Se cuestionaba si había cruzado una línea de la que no podía regresar.


Finalmente, consumida por el arrepentimiento, María decidió confesar. Acudió al abad del monasterio de Urdax, fray León de Araníbar, contando con detalle todo lo que había vivido y aprendido. Pero no solo narró sus propias experiencias; también denunció a otras brujas y brujos del pueblo, marcando el inicio de lo que sería una tragedia para la comunidad de Zugarramurdi.

Los rumores se extiendieron por el valle

Las miradas de recelo se convirtieron en desprecio
Los rumores se extendieron rápidamente por el valle. Las historias de brujería, pactos y aquelarres comenzaron a llenar las conversaciones. La gente empezó a hacerles el vacío a las mujeres señaladas, y sus miradas de recelo se transformaron en desprecio abierto. Las brujas, antes buscadas en secreto por sus conocimientos, se convirtieron en figuras temidas y rechazadas.


Sancta Inquisitio
No pasó mucho tiempo antes de que esos rumores llegaran hasta la sede de la Santa Inquisición. Las historias sobre Zugarramurdi despertaron el interés de los inquisidores, quienes decidieron investigar a fondo lo que parecía ser un foco de brujería en el norte de Navarra. Así comenzó la caída de un pueblo y de muchas de sus mujeres.
