Sorginak
Me llamo María Baztan, y esta es la historia de cómo mi vida cambió para siempre. Lo que empezó como días tranquilos en el valle de Baztan se convirtió en un torbellino de acusaciones, miedos y verdades retorcidas. Os cuento lo que viví para que el mundo no olvide lo que sucede cuando el miedo y la ignorancia gobiernan los corazones. Esta es la voz de una mujer que, aunque marcada, no fue silenciada.


A finales del siglo XVI y principios del XVII, Europa fue testigo de una obsesión creciente por la brujería. En el norte de Navarra, una aldea aislada y diminuta, Zugarramurdi, quedo atrapada en el fuego cruzado de supersticiones y poder religioso. Este relato revive la vida de quienes enfrentaron las garras de la Inquisición y reflexiona sobre los ecos de estas historias que aun resuenan en la memoria colectiva.
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El valle de Baztan
Capítulo 1
1586
El valle de Baztan es un lugar de contrastes. Rodeado por montañas verdes y bañado por ríos cristalinos, parece un refugio donde el tiempo avanza al ritmo lento de la naturaleza. Aquí, los inviernos son largos y fríos, con cielos grises que parecen devorar el horizonte. En verano, el valle se llena de vida, con campesinos trabajando la tierra y pastores guiando a sus rebaños por las colinas.
La gente del Baztan vive del trabajo de sus manos: cultivan maíz, trigo y cebada, y comercian productos locales con las aldeas cercanas. Las estaciones son el compás de su rutina, y los días se llenan de tareas simples pero esenciales. Sin embargo, en este rincón apartado, las tradiciones y supersticiones dictan tanto como la naturaleza misma. El valle es tierra fértil no solo para los cultivos, sino también para las historias.


Zugarramurdi, un pueblo que tiene historias
Zugarramurdi, mi hogar, es un pueblo escondido en el monte, donde el tiempo parece detenerse. Aquí, todo el mundo se conoce, y las casas de piedra con tejados rojos se dispersan en armonía con el paisaje. Aunque la iglesia domina la plaza, las campanas no solo marcan misas, bodas o funerales, sino también el ritmo de las estaciones y las antiguas tradiciones que aún se resisten a desaparecer.
La vida es sencilla. Las mujeres, como yo, trabajamos en el campo, cuidamos de los animales y recolectamos hierbas para preparar remedios. Cada planta tiene un propósito: aliviar el dolor, curar heridas, o incluso ahuyentar el mal de ojo. Aunque algunos nos ven como curanderas, otros empiezan a murmurar. En un pueblo pequeño, las palabras viajan rápido y se transforman en cuchillos.
El pueblo celebra con fervor las festividades religiosas, pero hay tradiciones más antiguas que aún perduran. La noche de San Juan, por ejemplo, las familias encienden hogueras para protegerse de los espíritus y bendecir sus cosechas. En cada casa, las ramas verdes se colocan en puertas y ventanas como escudo contra el mal. Estas costumbres son un hilo que conecta nuestra vida diaria con algo más antiguo, más profundo.
Sin embargo, la fe cristiana empieza a empujar estas prácticas hacia la sombra. Los sermones en la iglesia hablan del pecado y del diablo, y algunos empiezan a mirar con recelo las costumbres que, para nosotros, siempre han sido una parte natural de la vida. Zugarramurdi, que antes era un lugar de armonía, empieza a llenarse de miradas sospechosas y palabras no dichas.
Pueblo chico, lios grandes, pero los amigos siempre cerca



Euskal mitologia
En los montes y bosques de Euskal Herria, las leyendas han crecido como los robles, fuertes y profundas. Las historias de seres mitológicos se entrelazan con la vida diaria, recordándonos que somos parte de algo más grande. Estos relatos, transmitidos por generaciones, son el eco de un tiempo en el que la naturaleza era tanto amiga como enemiga, y las fuerzas invisibles caminaban entre nuestra gente.

Mari

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